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salido del colegio de artillería, y quiere pasar á la brigada de montaña.

—Me parece, señora, que este es un caso de enhorabuena.

—¿Qué enhorabuena? Usted siempre contradice. Y el uniforme? ¿Y el caballo? ¿Y lo peligroso del destino? En nada de eso piensa Vd. Pues agregue usted á esto, que á Juan, ese necio é ingrato criado, despues de estar tantos años en mi casa, le ha entrado la locura de casarse. ¿Podrá darse semejante disparate?

—Pero, señora, todo el mundo se casa.

—¿No digo que no puedo hablar una palabra sin que Vd. e contradiga? ¿Con que le parece á usted acertado y muy en el órden que ese ingrato estúpido me deje á mí, despues de tantos años, por una muchachuela de enaguas de bayeta?

—Señora, el amor....

—¡Mire Vd. quien habla de amor! Usted que en su vida ha sabido lo que es. Pero no es eso lo peor, prosiguió cada vez mas apurada la Marquesa, lo peor es lo que ha sucedido esta mañana. ¡Jesus! Dios mio, ¡qué desgracia!!!

—¿Cuál, senora? preguntó D. Silvestre.

—Figúrese Vd. que un gallego, venido de los infiernos, llegó esta mañana trayendo unas macetas para colocarlas en el armazon alrededor de la fuente; haciendo lo cual, dió el muy salvaje, un golpe al Mercurio, y le ha quebrado un ala del pié.

—Y con ella una del corazon de mi Madre, observó