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contra ellas. Como todo el que siendo pobre, ignorante y viejo, no se pone en su lugar, á la sombra, era con razon este femenino rezago de la guerra de la Independencia un objeto de ridículo y tédio general; pero ella no lo notaba, y si se lo hubiesen dicho, no lo habria creido. Los que ciega el amor propio son como los que ciega la oftalmía: hay entre ellos ciegos finos y amañados, á los que un delicado tacto hace disimular la ceguera, y hay otros ciegos torpemente atrevidos, que andan con denuedo y alta frente, sin detenerse ni cuidarse de tropezar y chocar en cuanto se les pone delante. A esta categoría moral pertenecia la coronela Matamoros. Hay que auadir a este retrato daguerreotipado, que vestia ridiculisimamente, (aunque sin pretensiones) porque conservaba un entrañable amor á los moños ajados, á las galas marchitas, á las modas añejas y á las alhajas de poco valor, pretendiendo con usarlas darse un aire madrileño. Gastaba peluca, pero una peluca de tales dimensiones y tan toscamente confeccionada, que no dejaba duda de que hubiese hecho su dueña una buena coracera. Como no era posible legitimar aquellos pelos espúreos, Doňa Eufrasia se sacrificaba denodadamente en las aras de la verdad, confesando que era confeccionado aquel promontorio en calle de Francos, núm 5; pero añadia en seguida con profunda conviccion, que habia perdido prematuramente su magnífica cabellera, por haber bebido en una alcarraza en que habia caido una salamanquesa. En fin, para dar el último toque á este