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—¡Ay! exclamó la una, Dona Eufrasia se ha caido en la caldera de un tintorero.

1 —¡Qué! No hay caldera donde quepa ese medio mundo, dijo otra.

—Será que va á salir de nazareno en la procesion del Santo Entierro, añadió la tercera.

—Es en honor de las violetas, á cuyo cultivo se ha dedicado desde que no se puede dedicar al de los laureles, dijo un jóven estudiante llamado Paco Guzman.

—Mas bien habrá sido al del palo de campeche, observó otra de las niñas.

—Os engañais todos, dijo Alegría: es que la han hecho Obispo.

Dona Eufrasia, que á la sazon pasaba, y habia visto las risas y oido distintamente la última frase dicha por Alegría, se paró erguida, y revolviendo en sus órbitas sus redondos ojos.

—Si ello es asi, dijo con su campanuda voz, cuidado no os confirme.

Y haciendo con la abierta mano un ademan significativo, prosiguió magestuosamente su marcha triunfal.

Algunos meses antes de la época en que da principio esta relacion, siendo dias de la Marquesa, se habia reunido una numerosa concurrencia cuando entró Dona Eufrasia, vestida con una especie de dulleta guarnecida toda de pieles, embuchado en una boa su moreno rostro, y llevando sobre su peluca de marca