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en mal, ceder á este irresistible impulso, á este general contágio.

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1 Así fué, que, á pesar del entusiasmo con que fué acogida aquella encantadora aparicion, aquella sonriente rosa, aquella azucena que abria su puro cáliz y despedia sus fragancias, sin saber ni el cómo ni el por qué, esta radiante imágen pasó á su segundo término, se deslustró, se empanó, cual si sobre ella se hubiese corrido un velo. Bastó que Constancia murmurase con aspereza ¡Cosas de Clemencia! bastó que alguna infantil sencillez, hija de su falta de trato, escapase de sus inocentes lábios, y llamase sobre los de Alegría, uua sonrisa burlona; b stó que su tia le dijese alguna vez con impaciencia: Calla, hija, por Dios..... ¡calla! para dar ese impulso de baja que la sociedad se apresuró á seguir, repitiendo cuando se hablaba de ella ¿Clemencia? sí, bonita es; es una infeliz; ni pincha ni corta.

¡Cuán verdad es, que solo somos en la sociedad que nos quieren hacer!

lo Y La pobre niña, humillada rechazada, lloró dudó de sí: ¡triste privilegio de las almas superiores!

No trató de combatir; sino que por un impulso de bondad y un instinto de dignidad, se apresuró á colocarse de motu propio en el lugar en que conoció que querian colocarla, para evitar que la empujasen á él. Todos los lugares eran buenos para la modesta nina, siempre que en ellos no alcanzasen á herirla.

¡Cuántas veces en el mundo se ve un brillante,