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dero de agua, que solo necesita una rendija para brotar puro y vivaz.

Pocos dias despues de la escena que dejamos referida en el primer capítulo, estaba un dia á la prima noche la Marquesa más apurada y displicente que nunca. Ya habia echado varias trepes á las niñas, guardando Constancia un frio y obstinado silencio, contestando Alegría con atrevida falta de respeto, y vertiendo lágrimas Clemencia, cuando entró con paso firme su gigantesca amiga Dona Eufrasia, que todas las noches iba allá á tomar el chocolate y á hacerla la partida de tresillo.

1 —¿Ya estás hipando, mujer? dijo al entrar, en tono de reconvencion. ¿Qué tenemos ahora?

¡Qué he de tener! Un hijo loco, derrochador, que me espeta hoy una letra de París de treinta mil reales.

—Tú tienes la culpa; ¿por qué le pagas las trampas? Mientras más le pagues, más hará; el derrochar es como la sed de la hipocresía; mientras más se bebe, más sed se tiene.

—Tengo, prosiguió la Marquesa, las hijas más mal criadas, indóciles y desobedientes...

—Tú tienes la culpa, pues no sabes mantener la disciplina en tu casa.

—Esa Constancia que es la mas díscola, la mas indómita.....

—Con pan y agua se ponen mas suaves que guantes, las rebeldes.