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obligaba á levantar la cara con inusitada arrogancia.

Su cabello, todo llamado á un lado y perfectamente alisado con clara de huevo, parecia un gorro de hule.

Pasaba su movible semblante repentinamente de la espresion mas alegre y vivaracha, de la sonrisa mas desparramada y satisfecha, á la seriedad mas grave é imponente; así como su persona pasaba instantáneamente de la mas altiva petulancia á la mas estricta inmovilidad, poniéndose entonces en la posicion correcta de un soldado ante su Gefe, juntando los pies, pegando los brazos á lo largo de los costados, y fijando sus ojos, sin pestañear, al frente.

Entró dicho sujeto, saludó, y dijo con la mas graciosa sonrisa y la mas marcada pronunciacion gallega: —Dios dé buenos dias á Usía y á la compañía.

La Marquesa estaba sola.

—A Dios, hombre. ¿Tú eres el que vienes...

—De parte de la señora Coronela, si, señora Usía.

Tiene la señora Coronela hoy un dolor de agua mal bebida y desmayos en los pies.

—Lo siento. ¿Y cómo te llamas?

—José Fungueira, para servir á Dios, á Usía y á la compañía; pero mis amos siempre me han llamado Pepino.

—¿Y de qué tierra eres?

—Gallego de Galicia, mas acá de Vigo, pasada la' Puente San Payo y Pontevedra, antes de llegar