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á Caldas, á mano derecha, se tira para la ria.....

—Bien; ¿y estuviste mucho tiempo con la Coronela?

— —Perdí la cuenta, Usía: entré allá mocito de diez y nueve años; y estaba tan blanquito y coloradito que parecia un pero.

Y sabes servir?

—Señora Usía, ¿no he de saber? Las casas me las bebo yo como vasos de agua.

—Y puedes asistir bien á la mesa?

—¡Vaya! no me gana el repostero del Obispo.

—Pero ¿sabes limpiar á la perfeccion la plata, el cristal y los cuchillos? ¿Eres prolijo en el aseo?

—Señora, yo lavo el agua.

—Es que yo soy muy extremada en ese punto.

—Mas lo soy yo, Usía, que de tanto frotar dejé en casa de mi amo los cuchillos sin mango; hasta que tuvo que decirme el Coronel: Pepino, animal... mas vale mana que fuerza.

—Ten entendido que no tolero amoríos en mi casa. Si siquiera miras á la cara á una de las mozas, te despido acto contínuo.

—¡Las mujeres! ¡malditas de Dios! mas cansadas que ranos. No las puedo ver; exceptuando lo presente, se entiende.

—Cuidado con el traguito; te advierto que no quiero criado que beba.

—Señora, yo no lo pruebo; no estoy tan mal con mis cuartos.