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—Tampoco has de oler á tabaco, cuidado con eso.

Si fumas, que sea en la calle, porque mis hijas no pueden sufrir el olor á tabaco, con particularidad el del malo que tú fumarás.

— — Señora, no fumo: no gasto en eso mis cuartos.

—Lo primerito que te encargo, añadió la Marquesa, es el mayor cuidado y las mayores consideraciones con el Mercurio que está en el patio. ¿Le has visto?

No he visto á su mercé, Usía. ¿Es de la casa?

—Por supuesto; ¿habhia de ser de fuera? Le quitarás el polvo con un plumero.

—¿Con un plumero? ¿No seria mejor con un cepillo, Usía?

—No, que podrás dañarle.

—Vamos, tendrá su mercé dolor de osos (huesos).

—Si lloviese ó vieses aparato de lluvia...

—Le llevo un paraguas; bien está, Usía.

—¡No, hombre, qué disparate! lo tomas en brazos con muchísimo cuidado, y lo pones bajo techado.

—En brazos? ¡Pues qué! ¿no sabe andar?

¿Cómo ha de andar una estátua de yeso, hombre?

—Ya! ¿De yeso? Ya estoy. Aquel angelote es un Mercurio; cuidin que era un muñeco. Pierda cuidado Usia, que he de mirar por él como por mi propio hijo; y como si fuera de carne y hueso como yo y Usia.

—Muy bien; eso me place, que tomes interés por