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las cosas. Doy cuatro duros de salario. Ve si te acomoda.

1 —Señora, en la casa en que estaba ganaba dos.

—Puedes venir desde mañana.

—No faltaré, Usía; antes faltará el sol.

—Pues á Dios.

—Que Usía se conserve.

—Es una alhaja, pensó la Marquesa.

—¡Cuatro duriños! ¡hice un viaje á las Indias!

pensó el ex—asistente de Doña Eufrasia; y se separaron muy satisfechos el uno del otro.

Al dia siguiente, poco antes de la hora de la comida, decía Alegría á D. Silvestre, que los jueves semanalmente les acompañaba á la mesa: —Madre ha tomado un criado, que solo su merced es capaz de apreciar. Es un desdoro para una casa tener en ella semejante facha grotesca, un gaznápiro igual. Pero á Madre le entró por el ojo como un abejorro, porque lo recomendó Dona Eufrasia que dice (Alegría se puso á remedar la voz de bajo de la Coronela para añadir) es muy hombre de bien; como si bastase ser hombre de bien para saber servir, y como si la recomendacion de esa sargenta mayor fuese una patente. ¿Qué entenderá ese documento de archivo de lugar, del buen servicio de una casa? ¡Vea Vd! ¿qué ha de saber de finura la que llama á los helados alelados, á los pigmeos pirineos y á los mistérios ministerios, y que saluda diciendo: ¡Dios guarde á Vd!

—Calla, calla, pizpireta, exclamó la Marquesa.