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¿Qué se entiende hablar así de una señora como Doña Eufrasia, una mujer tan virtuosa, tan para todo, y que tanto sabe? Le digo á Vd., D. Silvestre, que es una suerte, en medio de mis desgracias, que se me haya proporcionado este criado, que es honrado, no es enamorado, ni bebedor, ni fumador. Dice Eufrasia que sirve á la perfeccion, y asiste al pensamiento, y que es un criado como hay pocos.

—Bueno es el juez y el fallo mejor, dijo Alegría.

—Pues si que lo son, deslenguada. Pero hoy dia quieren cacarear los pollos más récio que los gallos, y las pollitas saber más que las gallinas. Así anda ello! Quiero mejor en mi casa un hombre de bien, aun dado caso que estuviese torpe al principio, que no un tunantillo listo, que ademas de servir, sepa otras tracamundanas.

En este momento entró Andréa, el ama de llaves.

—Señora, dijo, ¿no ha mandado V. S. que se traigan merengues para postres?

—Sí; ¡qué majadería! ¿A qué viene eso?

—Es que no los quiere traer el mozo.

—¿Que nó? ¿por qué?

—Porque dice que nunca ha oido nombrar semejante cosa; que es un chasco que le queremos dar, mandándole por una cosa que no encuentre, y que no es la primera vez que en las casas en que ha estado, le han hecho esa jugarreta.

} —Dile que venga acá, dijo gravemente la Marquesa.