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La mesa presentaba un extraño espectáculo. Las servilletas dobladas con arte ehaclueco formaban mitras, torres de chuchurumbel y obeliscos egipcios.

Cada vaso estaba colocado respetuosamente en un cubillo de botella, y estas habian quedado en humilde contacto con el mantel.

— En cada sitio designado á una persona habia media docena de cubiertos, no sabemos si con el fin de que luciese toda la plata, ó si por evitarse la molestia de remudar los que hubiesen servidousos.

La Marquesa que se habia propuesto hacer de su protegido un lucido discípulo, tuvo la paciencia de colocar cada cosa en su lugar con las debidas explicaciones.

—¡Ya, ya! decia Pepino, cada casa tiene sus Apénas se habia acabado de servir la sopa, cuando Pepino con su acostumbrada disposicion y viveza, livantó ligera y airosamente la sopera y colocó en su lugar la ensalada.

Alegría soltó el trapo á reir.

—Esto no se puede tolerar, murmuró Constancia.

Su Madre les echó una mirada severa.

—Quita la ensaladera, dijo con admirable paciencia á su discípulo, y en su lugar por el frito.

—¡Qué mala carne! observó esta despues de un rate, al partir la de la olla.

—Pues la pedí de regidor, dijo Pepino; pero los carniceros son unos ladros.