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—¿Que no sé hablar? repuso con su aire más magestuoso Pepino. Señorita, otra cosa no sabré, pero lo que es hablar, lo aprendí desde que nací.

Omitiremos los incidentes del mismo género de los referidos, que acaecieron en los postres, y pasarémos con la Marquesa y demás á la sala donde iban á tomar café. Apénas se hubieron sentado, cuando entró Pepino trayendo la batéa, con la cabeza tan erguida y tan quebrado de cintura, que no parecia sino que traia una corona y un cetro que ofrecer á su señora.

— Colocóla sobre la mesa, preparándose con soltura á servirlo, medio llenando en un abrir y cerrar de ojos las tazas de azúcar.

—Vete, Pepino, dijo la Marquesa; el servir el café no es de tu incumbencia.

—Yo no quiero que sus mercedes se incomoden, respondió el obsequioso mozo, agarrando con denuedo la cafetera.

Constancia se la arrebató, ántes que la fusion del líquido y del azúcar hubiesen producido el almíbar de café que de ella debia necesariamente resultardel ex—asiste Algun tiempo despues vió confirmadas la Marquesa las esperanzas puestas en la fidelidad y moralidad de Dona Eufrasia, puesto que en una entrevista particular y confidencial que tuvieron, descubrió con escándalo y dolor: primero, que la cocinera famaba; segundo, que la mujer de cuerpo de casa se bebia el vino; tercero, que la costurera se lle-