—La vida es larga, hija mia! suspiró Andréa.
—Eso mismo digo yo! repuso con vehemencia Constancia; y no se casa una por un dia ni dos, sino para morir con la cadena al cuello. Así, déjame en paz, y no te unas tú tambien á los demás para amargarme la vida.
Aquella misma mañana decia la Marquesa á su confidente D. Silvestre.
—¡Jesús! hoy llega el Marqués, y yo no sé donde dar de cabeza. ¡Mi hermana que está tan consentida en esta boda, y tan ajena de lo que pasa! ¡Qué ninal... ¡Qué terca y que sobre si! ¡Ya tiene tres pares de tacones! ¿Qué dirá el Marqués cuando se halle con ese erizo manzanero? Se volverá á Madrid muy ofendido, y con razon.
1 —Pero, señora, repuso pausadamente D. Silvestre, ¿porqué no previno Vd. este caso, escribiéndole con tiempo á su hermana?
—Preveer? ¿Quién habia de preveer esto, á no ser profeta, ó un anteojo de larga vista como es Vd.?
Siempre gradué que la oposicion de esa niña nacía de las rarezas y premiosidades de su génio díscolo: pero ¿habia de caberme en la cabeza que solo por ir contra mi voluntad y por ostentacion de independencia, rehusase una mujer de diez y nueve años á un hombre cumplido en todo, una posicion brillante, desprecinse una Grandeza y la pingüe herencia de su Tia?
—Marquesa, esto resulta de juzgar nosotros por nuestro sentir el sentir ageno.