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¿Qué te ha parecido el madrileño? le preguntó Alegría cuando se hubo éste despedido.

—Muy buen mozo, contestó Clemencia.

—Pues, hija, á mí me choca, repuso Alegría desdeñosamente: es tieso como un pitaco, tiene movimientos de minuet, es redicho, y no suelta la risa sino á duras penas. Lo que es la grandeza no le luce sino en los zapatos de charol, que son de extensas dimensiones, como diria El Heraldo para decir largos.

—¡Ay! exclamó sorprendida Clemencia: ¿tú reparas en los zapatos de los hombres?

—Por lo visto, reparas tú mas en la cara, ya que has hallado al Marqués tan buen mozo, dijo con burla Alegría.

1 —¡Pues ya se vé! contestó sencillamente Clemencia; la cara es la que se mira.

—¡Vea Vd. la monjita, lo que le gusta mirar á a cara á los hombres! Pues, hija mia, en mi vida miro yo una cara que á mí nunca me ha mirado.

—Si yo hiciese otro tanto, pocas caras tendria que mirar, dijo la pobre niña.

—Así pondrias toda tu atencion en la hermosa fisonomía de tu apasionado D. Galo, repuso su prima; pues ese te mira bastante con lente y sin lente, alegre y melancólicamente, con ojos guiñados y con ojos abiertos, de soslayo y de frente, con disimulo y sin él.

— Es su manera; lo hace de puro obsequioso que es, contestó Clemencia. Lo mismo hace contigo.

—¿Conmigo? dijo Alegría con aire despreciativo;