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A. RIVERO
 

descanso hasta la madrugada del día 13 en que dicho cierre fué colocado en el obús, quedando listo para reanudar el fuego si era necesario. Fué un trabajo delicadísimo que no puedo pasar por alto; como todos los filetes habían sido rozados por el pro- yectil enemigo, fué necesario abrir una caja en dicho block de cierre, donde se intro- dujo, a presión, una pieza de acero, a la que se tornearon los trozos de filete que faltaban.

Cuando más tarde en el Antonio López llegó un block de repuesto, pedido por cable a Cádiz, no hubo que utilizarlo. Al amanecer del 13 de mayo mis once piezas, obuses y cañones, estaban dispuestas para romper el fuego, y el número de proyectiles

cargados y con sus espoletas era superior al con- sumido. Cierre de un obús de 24 centímetros, inutilizado por un disparo. Obsequios.-Tan pronto terminó el fuego co- mencé a recibir valiosos obsequios, para mis arti- lleros, de los comerciantes de la plaza y de muchos particulares; cajas de champaña, coñac, vinos gene. rosos, galletas, chorizos, tabacos, cigarrillos y dul- ces; todo subió en abundancia y hasta con derro- che. Las casas de Cerecedo, Sobrinos de Izquierdo, Egozcue, Ezquiaga, Bolívar y Arruza, y otras más, se señalaron aquel día por su bondadosa esplendidez. Visitantes. Durante el fuego y después recibí las visitas de muchos amigos, en- tre los cuales recuerdo a Vicente Balbás, Miguel Cañellas, el doctor Francisco R. de Goenaga, Armando Morales y muchos más. Yo estaba poco presentable después de las faenas de la mañana; el estampido de los cañones me había dejado sordo, y con gran trabajo pude quitarme de la cara las huellas de la pólvora. Auxiliares de artillería.-Estos auxiliares, cien aproximadamente, salidos unos de los talleres de Abarca, Portilla y el Parque, y el resto reclutados entre los estiba- dores del muelle, prestaron servicios muy importantes a las órdenes de los ingenie- ros José Portilla, Angel Abarca Cortina y de Antonio Acha. Ellos fueron los que lle- varon a las baterías, mientras duró el combate, proyectiles y saquetes de pólvora desde los repuestos de municiones, demostrando un valor estoico e inexplicable en gente bisoña. Durante toda la acción reían, cantaban y hacían chistes; uno de ellos, que insultaba con palabras y ademanes poco distinguidos a los barcos americanos, al ver cómo se introducía un proyectil en el cañón, me gritó airado: «¡Capitán, mé- tale dos!>> Este auxiliar se llamaba Julio Lizardi. Otro, Antonio Roselló, de oficio herrero, mereció por su valor y servicios grandes elogios. Del temor al heroísmo.-En lo alto del Macho, y visible de todas partes, había emplazado un obús. Al acercarme noté que el artillero encargado de poner a las