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CRÓNICAS
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bate, averiado y en reparaciones) porque virando, le enseñó la popa y navegó al Nor-deste, donde se aguantó sobre sus máquinas.

Entonces el Morro hizo un disparo de prueba, y la granada cayó cien metros delante de la proa del Yosemite. Siempre estuvo a tiro este buque; pero el capitán Iriarte no podía hacer fuego sin órdenes expresas que entonces recibiera. A torpezas tales que parecen increíbles, fué a lo que debió no ser hundido aquel día el crucero auxiliar Yosemite, buque sin protección alguna, y el cual, durante treinta y cinco minutos, estuvo dentro del alcance de numerosos obuses y cañones de 24 y 15 centímetros.

Forzó máquinas el auxiliar, y el segundo disparo del Morro cayó corto. El Ponce de León, que estaba algunas millas del Norte, puso proa al Oeste, y siempre bajo el fuego del enemigo llegó hasta el Antonio López, se aferró a su banda de babor, y fué tan brusca la atracada que el palo de mesana del cañonero vino al suelo. Todos los buques suspendieron el fuego; el Isabel II disparó 32 granadas, siete el Concha, bastantes el Ponce y más de 300 el Yosemite.

Todo aquel día permaneció este buque en el horizonte contemplando impasible el entrar y salir de lanchas, botes y remolcadores que a toda prisa comenzaron el alijo del trasatlántico español. Pudo entonces el Yosemite navegar al Oeste y fuera del alcance de todas las baterías, reducir a cenizas a su víctima. Sólo atenúa su grave falta el tener a la vista tres buques de guerra españoles haciéndole fuego, y uno solo de los cuales, el Isabel II, podía medirse sin desventajas con el auxiliar de guerra. Además, caso notable, los que a bordo del Yosemite se batían frente a San Juan eran el deán y los profesores de la Facultad de Ingeniería de la Universidad de Michigan, quienes voluntariamente cambiaron sus cátedras por las calderas y baterías del crucero bloqueador.

Un año más tarde, el doctor Manuel del Valle Atiles, alto empleado de la Estación Naval de San Juan, me entregó una carta en la cual las autoridades de Marina pedían informes acerca de los sucesos del 28 de junio; parece que los tripulantes del Yosemite solicitaban su parte, como era de ley, en el valor de presa. Evacué el informe, que, pocos días después, me fué devuelto por el doctor del Valle, mientras me decía:

—¿Qué te han hecho los del Yosemite?

—Nada.

—Pues ten la bondad de guardar o romper este informe.

Lo rompí; yo no podía favorecer a los valerosos profesores, que, si habían demostrado energías y gran dosis de patriotismo al correr voluntariamente los riesgos de la guerra en el mar, no supieron rematar su obra en el momento preciso, permitiendo que una gran cantidad de material de guerra que conducía el Antonio López fuese descargada en su presencia y bajo sus cañones, con lo cual se reforzaron de un modo poderoso las defensas de la plaza. Yo sabía además que el Yosemite, aunque