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CRÓNICAS
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marchaba con sus redes descubrió el cadáver; el fresco de la madrugada había velado el cuerpo con un sudario de menudas gotas de rocío; rompía el sol en bello crepúsculo y sus primeros rayos reflejaron en la hoja del sable, clavada cerca del muerto, como fiel centinela que por toda una última noche veló junto al cuerpo de su señor. Y así, como aquella hoja de limpio y bruñido acero toledano, fué la vida del teniente coronel Francisco Puig, a quien errores y nervosidades que otros necesitaban disculpar, pusieron en la sien el cañón de su revólver.

Edificio que ocupó en Yauco la Comandancia Militar a raíz de la invasión.

Aquel jefe dejó al morir una viuda y once hijos; si él hubiese desobedecido las órdenes recibidas, como el general Miles desobedeció las de Alger, secretario de la Guerra, su honor permanecería inmaculado.

El autor de este libro conoció al teniente coronel Puig; le trató íntimamente y afirma que era un militar valeroso, culto, sereno y, sobre todo, hombre de honor. Dondequiera que se encuentren los hijos o familiares de aquel jefe, desearía llegase hasta ellos este testimonio, que nadie puede contradecir, y que borrará la mancha que algunos hombres, con mando, arrojaron sobre aquel pundonoroso soldado.

La última conferencia.—A tiempo que las fuerzas españolas salían de Yauco hacia Peñuelas, el día 27 de julio, el telegrafista del primer pueblo citado, Esteban Guerra, recibió del capitán general de Puerto Rico este telegrama: