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A. RIVERO
 

la batería americana, ya enganchados los tiros, se retiró hacia Coamo. Yo creo que el fuego de Máuser, el cual fué bien dirigido, debió también hacerles bastante daño. Todo quedó en calma, y anteanoche subió hasta cerca de nuestras posiciones un parlamentario con bandera blanca, quien por humanidad, y toda vez que se tenían noticias de haberse firmado la paz, pedía la rendición de la plaza, o, cuando menos, la suspensión de hostilidades. Larrea le contestó que nosotros carecíamos de órdenes y que su petición sería transmitida por telégrafo al capitán general, y que al siguiente día (ayer) le entregaríamos la respuesta.
Capitán de infantería D. Pedro Lara.

Ayer mañana, y casi de madrugada, se presentó de nuevo el parlamentario acompañado de un negrito, el cual hacía las veces de intérprete; Larrea le entregó la contestación, la cual fué poco grata para ellos, pues el telegrama del capitán general decía poco más o menos lo que sigue:

«El Gobierno de España no me ha comunicado noticia alguna acerca de la suspensión de hostilidades, y, por tanto, no está en mi mano el evitar la efusión de sangre. Pero si quieren evitarla, podrán hacerlo no moviéndose de sus posiciones.>>

Además ordenaba al teniente coronel Larrea que rehusara admitir más parlamentarios, advirtiéndoles que si volvían serían mal recibidos.
Cañón Plasencia, de 8 centímetros, de montaña.
Olvidaba decirles que cuando cesó el fuego, anteayer por la tarde, pasé revista de municiones y vi, con gran dolor, que solamente me quedaban ocho botes de metralla como única reserva. Entonces puse un telegrama al teniente coronel Aznar, y gracias a las órdenes de éste y a la actividad de Rivero, quien, al enterarse de mis apuros (según me dijeron los cocheros), fué al parque y cargó dos coches, que requisó a la fuerza, con cajas de proyectiles y saquetes, y metiendo un artillero en cada vehículo, los despachó para ésta con órdenes de cambiar parejas en todos los relevos, y con severas amenazas a los conductores, si no apresuraban su marcha, pude recibir anoche a tiempo las municiones. Cuatro caballos de los que arrastraban los coches reventaron por el camino.

Como las granadas que llegaron venían sin cargar, el teniente y yo nos pasamos toda la noche preparándolas. Ayer mañana, si el fuego se hubiera reanudado, estábamos listos para contestarlo.