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A. RIVERO
 

gieron al faro, coronando los cerros inmediatos, donde pasaron toda la noche a la intemperie, noche que fué para ellos una noche toledana.

El resto de los miHcianos, sin una sola excepción, abandonaron sus fusiles y ma- chetes, uniéndose a los fugitivos. La señora del doctor Veve, su hija de crianza, su sobrina, la esposa de Camuñas, toda la familia Bird y hasta 40 más entre señoras y niños, buscaron refugio en el faro, donde fueron bien recibidos, aunque el teniente Atwater negó la entrada de los sirvientes por no tener órdenes acerca de ellos.

Veve y sus oficiales, viendo que no disponían de medios de resistencia para oponerse a los que venían, ocuparon un bote, abordando el Amphitrite ^ donde se les dispensó buena acogida. Los que embarcaron fueron los siguientes: doctor Santiago Veve Calzada, Prisco Vizcarrondo, Modesto Bird, Enrique Bird Arias, Luis Acosta, Miguel Veve y además un mulato de Luquillo que les acompañaba. Los trece fusiles de los marinos americanos fueron recogidos por Vizcarrondo, quien hizo entrega ■de ellos al comandante del buque.

El comercio, español en su mayoría, cerró sus puertas, y Fajardo apareció como un pueblo abandonado por todos sus moradores.

Dejemos ahora a los refugiados en el faro y en el Amphitrite para volver a San Juan.

El autor en campaña.^ — El mismo día 5 de agosto, el general Ortega, llamán- dome a un paraje solitario del castillo, me preguntó si yo conocía los caminos a Fa- jardo por Carolina y por la costa, y como le contestase que los conocía desde mu- chacho, que en dichos campos me crié y que más tarde recorrí todos aquellos montes y veredas, persiguiendo a las palomas y a las cotorras, me ordenó:

— Entonces, prepárese para ir al campo; tome, de orden mía, el mejor caballo de la guerrilla montada de voluntarios y a toda prisa siga hasta Fajardo o hasta donde lo deje llegar el enemigo; averigüe todo lo que pasa en el faro y en el pueblo y tráigame su informe; adopte precauciones, porque las noticias de Macías son que las avanzadas americanas están ya en Mameyes, y algunas parejas montadas, muy cerca de la Carolina. Tenga el santo y seña^ concluyó, alargándome un papelito doblado en forma triangular, papelito donde estaban escritas estas tres palabras: San Pedro ^ Falencia^ Pistola 1.

Calcé botas y espuelas y después de examinar mi revólver Smith Watson y vis- tiendo el uniforme de campaña, bajé del castillo y seguí hasta la cuadra de la gue- rrilla montada de Voluntarios, situada muy cerca de donde estuvo la antigua estación del ferrocarril y me avisté allí con el teniente Pedro Bolívar, a quien le pedí un buen caballo, de orden del gobernador de la plaza, para desempeñar una misión secreta.

— Toma el mío — me contestó Bolívar; y sobre aquel potro de muchos bríos, y a paso largo, salí de San Juan, llegando sin novedad hasta Río Piedras.

1 Estas palabras se llaman, en lenguaje militar, santo, seña y contraseña. — N. del A.