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A. RIVERO
 

dor, el capitán de artillería José Antonio Iriarte y Travieso. El capitán Reed subió hasta mi castillo de San Cristóbal, y mucho de lo que entonces allí aconteciera puede encontrarlo el lector en la carta que inserto a continuación: 225 W. 69th St., New York City, Marzo 28, 1921. Señor Angel Rivero. San Juan, Puerto Rico. Mi querido amigo: Con mucho gusto recibí su carta del 7 del corriente, y de memoria le doy los datos de mi participación en la guerra hispanoamericana, en Puerto Rico, que fué como sigue: En el verano de 1898 era yo capitán de artillería de los Estados Unidos, en el campamento de la reserva de artillería, cerca de Tam- pa (Florida), donde tenía el mando de la batería G, artillería de campaña del 5.° regimiento; una agregación excepcional, porque con- sistía de ocho piezas de tres pulgadas y media de calibre, con sus fur- gones y fraguas, y ocho caballos por cada carruaje, con el número correspondiente de oficiales y soldados: unos 150 en todo; y figúrese que con tan espléndido aparato ¡no había tenido oportunidad de pul- verizar al enemigo! Afortunadamente, más tarde, seleccionados para ir a la guerra, embarcamos el 4 de agosto en el transporte Aransas, y después de ocho días de tortuosa navegación (evitando la flota de Cervera, como dijo el capitán del transporte), llegamos a Ponce el 12 de agosto, donde recibí órdenes del general Miles para "desembarcar inmediatamente, con objeto de asistir a un ataque preparado contra, los españoles". Vivaqueando por la noche al lado del río Portugués, la próxima mañana nos encontró saliendo apresuradamente al en- cuentro del enemigo en la vecindad de Aibonito. Pero antes de llegar vino la noticia de haberse firmado el armisticio, y volvimos al río, donde quedamos en campamento hasta el 17 de octubre. En esta fecha, dejando nuestro material en Ponce, embarcamos en un trans- porte para San Juan, a cuyo puerto llegamos a la mañana siguiente, con objeto de participar de las ceremonias de la "ocupación de la plaza". Nosotros, los destinados al castillo de San Cristóbal, subiendo del muelle nos cruzamos con tropas españolas que bajaban en buen orden y en toda regla en busca de los transportes que debían llevarlos a España. Al entrar en San Cristóbal encontré allí al capitán Angel Rivero, de la artillería española, quien me entregó la llave del castillo (acto