Página:Crónica de la guerra hispano-americana en Puerto Rico.djvu/447

De Wikisource, la biblioteca libre.
Esta página no ha sido corregida
CRÓNICAS
403
 

simbólico de rendición), y llave que conservo bien guardada, como precioso recuerdo de la guerra. Entonces, cumpliendo con órdenes de nuestro general en jefe, mandé cargar todos los cañones de gran ca- libre que allí había, y a las doce en punto, con la bandera de los Estados Unidos desplegada sobre el castillo, hicimos, con 45 disparos, el "saludo a la Unión"; y poco después, otro saludo de 17 cañonazos, como honor al general Ricardo Ortega (según su rango), jefe de las tropas españolas. Así terminó la última ceremonia perteneciente a la guerra hispanoamericana en Puerto Rico. Le mando por este mismo correo una buena fotografía de la llave y un retrato mío, en "full dress", de general de brigada en 1906; no tengo otro, ni tampoco de mi batería. Doy a usted los datos que me pide, de los cuales puede seleccio- nar los que quiera; y ahora, con muchos deseos de que salga bien en esta empresa, soy su afectuoso amigo, Henry A. Reed

El 16 de agosto fuí presentado al general Brooke, manifestándole el general Or tega que él delegaba en mí ciertas funciones suyas por tener gran trabajo y poco tiempo disponible para preparar su embarque y el de las últimas fuerzas que debían ser repatriadas. La circunstancia de haberme concedido el general Macías autoriza- ción, por escrito, para que permaneciese en Puerto Rico en situación de supernume- rario sin sueldo hasta que obtuviese mi licencia absoluta, que tenía pedida, influyó, sin duda, en mi nombramiento para tales comisiones. Allí mismo me puse al habla con el teniente coronel, comandante principal de artillería James Rockwell, y llega- mos a un acuerdo respecto a nuestros ulteriores trabajos. Desde aquel momento el general Ricardo Ortega se retiró al edificio del Arsenal y allí permaneció, excepto en dos ocasiones: una, cuando juntos visitamos, en des- pedida suya, las redacciones de todos los periódicos de San Juan; y otra, el mismo día 18 por la noche, cuando vestido de paisano tuvo la bondad de permitirme que lo recibiera en mi casa. El teniente coronel Rockwell y yo empleamos el día 17, todo él, cotejando los inventarios y el material de guerra emplazado en castillos y baterías. Después de repatriadas las últimas tropas españolas, y durante mes y medio, continué, oficial- mente, en tales faenas. Tal vez no fuí, en rigor de verdad, el último gobernador de Puerto Rico bajo la soberanía española; pero sí el último oficial del ejército español que desempeñó funciones oficiales en dicha isla.