muchas veces se le olvidaban los fósforos y entonces el prisionero le ofrecía los suyos que del Valle, distraídamente, se guardaba en el bolsillo. Dentro de la caja siempre había un largo cable para The New York Herald. Quedaba la muy difícil tarea de dar curso al despacho, porque en las oficinas cablegráficas de San Juan había censor militar.
Un albañil, conocido por el apodo de Crucito, hombre de confianza, proporcionado por el arquitecto Armando Morales, era el encargado de llevar y expedir
todos los despachos desde St. Thomas, a cuyo puerto iba en un bote propiedad del jefe del resguardo de la aduana de Naguabo.
Otras veces, el capitán de algún buque carbonero inglés, fondeado en el puerto, prestaba libros a Halstead, los cuales, una vez leídos, eran devueltos a su dueño. Lo que nunca pudieron sospechar los vigilantes de la cércel era que un gran número de palabras, subrayadas con lápiz en diversas páginas, formaban, al ser ordenadas, un minucioso despacho para The New York Herald. Sería labor muy larga relatar en este libro los diversos procedimientos que puso en práctica este repórter para cumplir sus deberes de corresponsal, siempre con gran éxito.
El día primero de abril el doctor Francia, Secretario de Gobierno, envío una atenta carta oficial a del Valle para que se presentase, cuanto antes, al capitán general Macías. Verificóse la conferencia en el Palacio de Santa Catalina, y durante ella el Gobernador trató con bastante dureza a su visitante, haciéndole responsable de todas las noticias cablegráficas enviadas desde Puerto Rico al Herald. Protestó el acusado, y como prueba de su inocencia, mostró un despacho de su periódico, que