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A. RIVERO
 

titud, que sobre el propio camino guisaba sus ranchos y los comía. Aquella fuerza, ^l llegar a los Consumos, toma el camino de Maricao, y, después de recorrer algunas millas, tiene que volver grupas para seguir el de Las Marías, adonde entra después de haberse retirado la columna Soto; una vez allí, y en vez de bajar por el camino- que directamente conduce al vado de Zapata, donde hubiera llegado antes que la guarnición de MayagUez, se sitúa en las lomas de La Maravilla, y desde ellas, arras- trando a brazo los dos cañones, dispara algunas granadas sobre los que en aquellos momentos cruzaban el vado.

Sólo parte de una compañía pudo ser cortada, y esto por la falta de resolución de sus jefes, pues ella pudo escapar por donde escaparon las demás.

El autor se encuentra aquí perplejo, y apunta un hecho sin deducir consecuen- cias, dejándolas al técnico que leyere estos capítulos. Las columnas Brooke y Wilson tenían por núcleo voluntarios bisónos, que nunca habían oído silbar una bala; la co- lumna Schwan estaba integrada por fuerzas regulares^ por profesionales de la milicia^ muchos de ellos ostentando en sus mangas los galones de dos y tres períodos de reenganche.

El paralelo entre el comportamiento y eficiencia de Voluntarios y Regulares,, como enseñanza para lo futuro, es lo que dejamos a juicio del lector.

Examinemos, ahora, las actuaciones del Alto Mando español. El general Macías,. prisionero vohintario de su jefe de Estado Mayor, nada o muy poco realizó, durante la guerra, que pueda considerarse digno de mención. El embarcar a su esposa y fa- miliares para España, por Ponce, y ocultamente fué un acto poco meditado, y que causó pésimo efecto en las tropas, deprimiendo el espíritu público; también fué objeto de acres censuras su tenacidad en no permitir que el general Ortega saliese a campaña, como solicitara repetidas veces, al frente de una división de tropas regula- res de las tres Armas, para ofrecer batalla al enemigo en campo abierto.

Muchas personas en Puerto Rico y en el exterior han mantenido la creencia de que el general Macías recibió de Madrid instrucciones concretas^ y que a ellas ajusto su conducta, tan extraña como pasiva. Su buena suerte ha permitido al autor de este libro el tener a la vista casi toda la correspondencia cambiada entre los Gobiernos de España y de Puerto Rico, y está, por tanto, en condiciones de afirmar, de un modo rotundo^ que en ningún tiempo se impuso desde Madrid, al general Macías, aquel criterio suyo que dio al traste con el entusiasmo patriótico de militares y paisanos.

El Ministro de Ultramar, al romperse las hostilidades, autorizó al Sr. Fernández Juncos, secretario de Hacienda de Puerto Rico, para que girase por un millón de pe- sos, moneda española, con destino a gastos de guerra, y más de esa suma se vendió en giros y se gastó en atenciones de la campaña. La suscripción popular iniciada por dicho general Macías, ascendió a 163.315,69 pesos y todo este dinero, como eí de los giros, vino a aumentar la partida Gastos de guerra del presupuesto insular.

También debemos consignar que, en cada uno de los siete distritos militares.