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CRÓNICAS
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se iniciaron por sus comandantes suscripciones voluntarias que alcanzaron a eleva- das sumas. El país entero, al primer anuncio de guerra, vibró de entusiasmo, ofre- ciendo al gobernador, representante de España, sus vidas y sus fortunas. Si por sus- picacias inveteradas no se utilizaron tan grandes esfuerzos, culpa fué de los hombres que gobernaban desde el Palacio de Santa Catalina. A pesar de lo que ciertos cables hicieron creer en Madrid, la Isla nunca estuvo bloqueada, y sí sólo San Juan, con frecuentes y largas interrupciones; en todos los puertos del litoral y a menudo en el de San Juan, fondeaban, cada semana, buques de vapor abarrotados de subsistencias; no hubo, como se ha escrito, temores de hambre, y dos meses después del Armisticio, se vendieron en pública subasta, por la Administración militar, cantidades crecidísimas de provisiones sobrantes. De Es- paña vino el Antonio López cargado de cañones y otros pertrechos de guerra, y si más no vino antes y después de la guerra, cúlpese, en primer término, a los que conociendo la legendaria apatía española, no pidieron a tiempo lo que el Ejército necesitaba para batirse en condiciones ventajosas. Hasta el momento de la invasión cada cable de Madrid era una arenga de gue- rra; después del 25 de julio, los Ministros de Guerra y Ultramar y hasta el mismo Presidente del Gobierno español bajaron el tono, aconsejando economizar la vida de los soldados, pero dejando en todo caso a salvo el honor de las armas; si hemos de re- tirarnos de esa Isla, y eso sucederá, dejemos recuerdos honrosos de valor y nobleza que no empañen los timbres de Juan Ponce de León, de Pizarro y de Cortés. Podre- mos ser vencidos por el número o por la penuria de recursos, pero jamás por desidia o cobardia. Así dijo, telegrafiando en clave, el Ministro de la Gue 1. Pero el gobernador general, abstraído en sus funciones civiles, dedicaba a ellas todo su tiempo, dejando hacer al coronel Camó, quien poniendo sus ojos en Fajar- do como único punto de desembarco para el Ejército americano, desatendió todo el litoral. Dos meses antes de la invasión, el teniente coronel de Estado Mayor, La- rrea, el capitán del mismo Cuerpo Emilio Barrera y el coronel Pino, de infantería, estaban en el poblado de Guánica una tarde en cierta inspección militar, cuando el segundo de dichos jefes, señalando hacia la entrada de aquel puerto, pronunció estas palabras proféticas: Si el Ejército americano nos invade, seguramente cntrará por allí. Aun vive en Puerto Rico algún caballero que oyó la profecía del capitán Ba- rrera, y a pesar de ella y a pesar de que como Barrera pensaban todos los jefes mi- litares, cuando los primeros marinos del Gloucester izaron la bandera de la Unión en la casa del cabo de Mar, en la playa de Guánica, un teniente y II guerrilleros fueron las únicas fuerzas encargadas de defender punto tan vulnerable 2. Desde San Juan a Martín Peña se aglomeraba una gran cantidad de soldados, y 1 Véase las propias manifestaciones del general Macías. Apéndice núm. 2.-N. del A. 2 El capitán D. Emilio Barrera, el hoy general de división y subsecretario de Guerra, al leerle el día 7 de septiembre de 1898 el párrafo que antecede, me dijo: -Esas fueron mis palabras.-N. del A.