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CRÓNICAS
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Este señor Larrea fué antes y durante toda la guerra, el segundo del coronel Camó. Este mismo jefe, más a lelante, como para desvirtuar los supuestos telegramas en que desde Madrid se daban órdenes a Puerto Rico para eludir el combate, dice en su citado libro, página 112, lo que sigue: Pero aquél-el enemigo- -no había logrado, al suspenderse las operaciones, hacerse dueño de la línea principal de defensa, y la bandera española ondeaba to- davía sobre la mayor parte del país, cuya conquista habría, probablemente, costado, de allí en adelante, abundante sangre. El teniente coronel Mayor, Larrea, tenía perfecto conocimiento del estado de las cosas y de las opiniones del Gobierno de Madrid y, sin embargo, creía, en momentos del Armisticio, que de allí en adelante correria abundante sangre. No es mi deber ni mi deseo emitir fallos en tan grave asunto, pero sí lo es corre- gir errores y rectificar hechos que han sido falseados por gente interesada; queda el lector en libertad de juzgar con su propio criterio y aun de creer, si así le place, que el general Macías fué una víctima y el coronel Camó un Genio de la guerra.

Durante los diez y nueve días que duraron las operaciones por tierra, el ejérci- to americano tuvo tres muertos y 40 heridos, de estos últimos tres fueron oficiales; añadiendo los dos muertos y siete heridos durante el ataque a San Juan, el día 12 de mayo, resulta un total de 52 bajas, de las cuales cinco fueron por muerte. Las fuerzas españolas regulares y auxiliares que defendían la Isla, tuvieron 17 muertos y 88 heridos, que hacen un total de 105 bajas, y además les fueron hechos 324 prisioneros por las tropas americanas, siendo de estos últimos nueve oficiales. Fuerzas de mar.-Durante toda laguerra se hizo mal uso de las no escasas fuerzas navales que, casi siempre, estuvieron fondeadas en el puerto de San Juan. No es admisible la efectividad de un bloqueo, por un crucero auxiliar como el Yosemite, anteriormente un vapor de carga, buque que cerró la entrada al puerto desde el día 25 de junio de 1898 hasta el 15 del siguiente mes, en que fué relevado por el crucero de guerra New Orleans. Aquel buque no tenía protección alguna ni montaba cañones de calibre superiores a los del Isabel II y del Concha, y excep- tuando a su comandante, al Deán Cooley de la Universidad de Michigan (Colegio de Ingenieros) y a tres oficiales más, el resto de su tripulación eran reservistas sin expe- riencia ni prácticas navales. Sólo la pasividad de que dió muestras el general Vallarino, comandante principal de Marina en Puerto Rico, pudo colocar en situación, tan poco airosa, a los buques de guerra españoles.