nezuela al evacuar España aquellos países, a principios del pasado siglo; era de grano fino, fabricado en Murcia, y de tan excelente calidad que, después de un siglo, estaba en perfecto estado. Como este explosivo no era utilizable en los cañones modernos, se dispuso arrojarlo al mar, quitando riesgos en caso de nuevo bombardeo. Cada mañana acudían a Miraflores un capitán, veinte artilleros y un auxiliar, obrero de confianza del Parque. Este polvorín, como los demás, tenía tres cerraduras con sus llaves, que eran guardadas, respectivamente, por el gobernador de la plaza, comandante principal de artillería y el oficial de administración militar encargado de
efectos. Generalmente cuando se sacaba pólvora, todos los claveros depositaban sus
llaves en poder del capitán de artillería.
El día 14 de julio fuí nombrado para dicho servicio en Miraflores; pero, cuando
salía del castillo, recibí nueva orden para que prestase el mismo servicio en otro
polvorín, en Puerta de Tierra, yendo, el capitán Aniceto González, en mi lugar; ter-
miné muy pronto y regresé. A la una y treinta de la tarde se sintieron dos terribles
explosiones sólo comparables al disparo simultáneo de cien piezas de artillería.
Temblaron los edificios; se pararon los relojes y muchas vidrieras saltaron en
pedazos; gente presa de pavor corría en todas direcciones. Desde San Cristóbal
divisamos una nube de humo que cubría toda la isleta donde está el polvorín.
Poco después el capitán González avisaba que una explosión había volado el
muelle, causando muchas víctimas. Todas las camillas de las baterías fueron envia-