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CRÓNICAS
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rio y deteniéndose frente a la Casa de Peregrinos, ordenó al sacristán que le fuesen entregadas las llaves del templo para colocar un centinela en su torre y que además se repicasen todas las campanas. Súpolo el párroco, quien acudió presuroso, negándose a tal demanda, y como se impacientase el capitán, entonces y quitándose el bonete, pronunció estas palabras, que él mismo escribió más tarde en una hoja de su breviario:

«Caballero oficial: soy ministro de un Dios de paz que está en los cielos y que es Padre de todos, lo mismo de americanos que de españoles, y mientras nuestros

Hormigueros: Casa de Peregrinos.

hermanos se matan a un kilómetro de distancia, mal puedo yo, ¡pobre cura!, dar órdenes para que repiquen las campanas del templo.»

Tales cosas dijo el padre Antonio, y después de cubrir sus canas, sacó del bolsillo de su vieja sotana un manojo de llaves que alargó al capitán Macomb, añadiendo:

«Señor capitán, tome usted las llaves de la casa de Dios.»

Macomb, que sabía bastante español para entender las palabras del sacerdote, rehusó las llaves con un noble ademán y llevando su mano derecha al chambergo militar, saludó grave y serio, dió una voz de mando y desfiló, seguidamente, loma abajo, al frente de su tropa. Aquellos soldados, al llegar a la altura del venerable sacerdote, también le saludaron militarmente uno tras otro.