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A. RIVERO
 

de la guardia establecida en la batería de San Carlos, por distracción, cayó al foso desde una altura de IGO pies.

La primera noticia de la desgracia la tuve por el practicante José Rosario y los camilleros Juan Vizcarrondo, Roberto Vizcarrondo, Severo González, José de Jesús Tizol y Antonio Trujillo, que se presentaron en mi castillo conduciendo al herido. El cabo Cruz fué curado por el doctor Queipo, auxiliado por Rosario y Tizolito. Esto es una prueba más del celo con que trabaja la Cruz Roja.

— El auxiliar de zapadores, Nicanor González Cintren, falleció en la madrugada de ayer, en el Hospital militar, a consecuencia de las graves heridas que recibió du- rante el bombardeo. Nació en San Juan y contaba sesenta y dos años de edad; era ebanista, vendía bastones y dio pruebas de gran valor y espíritu patriótico.

— Tan pronto terminó el bombardeo, se presentó en el Morro un paisano y, sin dar su nombre, dejó 20 pesos para los heridos.

— Muchas familias se refugiaron la mañana del día 1 2 en la casa de José Patino, jefe del resguardo de la Aduana, tomando allí café y otras cosas. Este mismo Patino auxilió al joven Alvaro Palacios, de la escolta del general, quien a causa de resbalar su caballo vino al suelo, estropeándose gravemente una pierna, siendo curado por el médico de Marina Pedro Arnau.

— Anteayer un joven, guardia de Orden público, el cual iba subido a la plata- forma de un coche del tranvía, donde se aglomeraba mucha gente, tuvo la desgracia de caer a la vía, recibiendo heridas mortales. En el acto, las damas de la Cruz Roja, Belén Miranda, viuda de Orbeta, y Obdulita de Cottes, ayudadas por el secretario ge- neral Gordils, le prestaron auxilios eficaces, conduciéndole, primero, al colegio de las madres y luego a la clínica del doctor Ordóñez, donde, después de ser curado, falleció.

. El teniente Zamorano, de Voluntarios, y Wenceslao Escobar, de la Cruz Roja, también prestaron ayuda.

— Los ingenieros Abarca y Portilla, dueños de las fundiciones a sus nombres, el día del bombardeo y al frente de las brigadas de auxiliares, concurrieron a los castillos del Morro y San Cristóbal. Antonio Acha es el segundo de Abarca, y en dicho día prestó sus servicios en el Morro.

— En Río Piedras no cabe la gente; hay casas muy pequeñas donde cada noche duermen cincuenta personas. El alcalde, Enrique Acosta, se desvive para auxiliar y complacer a la invasión de turistas que llenan su pueblo. Como no hay casas para todos, por las noches, los alrededores del pueblo tienen aspecto de romería. Cente- nares de personas duermen debajo de los árboles.

— En el Hotel Inglaterra, el día 12 y en la habitación de su dueño, Anacleto Agudo, cayó una granada que dobló en dos la cama. Agudo, a quien conocí como cadete de artillería en Segovia, no estaba, felizmente, a dicha hora, en su lecho, y a esto debe la vida.

— El día 12, al terminar el bombardeo, Luis Muñoz Rivera, jefe del Gobierno insular, dirigió a los alcaldes de la Isla el siguiente telegrama:

«Desde el amanecer once barcos enemigos atacan esta ciudad. La plaza responde vigorosamente. Espíritu tropas y paisanos levantadísimo. Proyectiles causan poco daño. Hay algunos heridos y contusos. Créese nuestras piezas producen averías es- cuadra yankee que se retira alejándose fuego y suspendiendo cañoneo. Mantenga tranquilidad redoblando vigilancia exterior y estimulando valor, patriotismo pue- blo. — Luis Muñoz Rivera.»

— El vapor alemán Valencia arriba con 2.000 toneladas de carga, entre ella 1.000 sacos de arroz y mucho bacalao, queso y mantequilla.

— También toma puerto él vapor RestormeU procedente de Cardiff, abarrotado de carbón.