Página:Crónica de la guerra hispano-americana en Puerto Rico.djvu/625

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APÉNDICE NUMERO 2

Conferencia celebrada por el autor, el día 6 de octubre de 1922, en Valladolid, con el Teniente General D. Manuel Macías y Casado, último Gobernador y Capitán General de Puerto Rico durante la soberanía española.

—Mi general: antes de estallar la guerra, y cerciorado usted de los escasos recur- sos de defensa existentes en Puerto Rico, ^'reciamó el correspondiente remedio del . ministro de la Guerra?

— Tan pronto como me hice cargo del mando de aquella Isla, y sabiendo que la guerra era inevitable, reclamé con urgencia un aumento de dos batallones de infan- tería, un escuadrón de caballería y dos baterías de campaña. Sólo me enviaron desde Cuba una batería de montaña, de tiro rápido, con escasa dotación de municiones, y alguna fuerza de infantería, que, unida a la que desembarcó el vapor Alfonso XIII^ que no pudo seguir viaje a Cuba, formó un grupo que se llamó Batallón Principado de Asturias.

Una parte mínima del material de artillería pedido por mí, una vez y otra vez, llegó en el vapor Antonio López^ y también un potente reflector Mangin. Pero nunca llegaron los cañones de 24 centímetros, ni los torpedos y otro material pedido por mí insistentemente. Con estos elementos y sin auxilio alguno de la Madre Patria, por ser el enemigo dueño del mar, tuve que hacer frente a la invasión de las cuatro expe- diciones que, al mando del generalísimo Miles, tomaron tierra en Guánica, Ponce, Arroyo y Mayagüez.

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— Sí; el ministro me avisó oportunamente de la llegada del vapor Antonio López^ aviso que puse en manos del comandante general de Marina, vSr. Vallarino. Por una corruptela inexplicable, este general prescindía de mi autoridad suprema de gober- nador general y capitán general de una isla en estado de guerra y bloqueada por el enemigo; constantemente se entendía, sin darme cuenta, con el ministro de Marina o con el comandante general de la Plabana. Después de la varadura del Antonio López y del combate desgraciado del Terror^ reclamé del Gobierno que cesase situación tan anómala, y el mismo día que puse mi telegrama sobre este asunto recibí res- puesta completamente satisfactoria para que se reconociese, por el general Vallarino y por todas las autoridades de Puerto Rico, la mía como suprema y absoluta.

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— Sí, señor; también fui avisado el mismo día en que la escuadra del almirante Cervera zarpó de Cabo Verde, y el 12 de mayo de 1 898, y al regresar yo a Palacio, después de haber recorrido, bajo un fuego horroroso que hacía la escuadra america- na, todas las baterías y castillos de la plaza, recibí un telegrama de nuestro cónsul