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A. RIVERO
 

«Caballero, sois un héroe; habéis reaÜzado la hazaña más sublime de todas cuantas guarda la historia de la Marina.» ^

El almirante y su grupo fuimos instalados últimamente en el crucero auxiliar St. Lotiis^ donde recibimos un trato esmerado, y navegamos hasta llegar a Port- Mouth, donde fondeamos el lO de julio. En este punto recibió- mi padre pruebas inequívocas de la alta estimación que a marinos y paisanos merecía, y, muy especial- mente, del obispo de Portland y del cura párroco de la población, quienes hicieron cuanto pudieron en obsequio nuestro.

El l6 de julio fuimos trasladados a Annápolis, y llegamos en medio de una estruendosa recepción, en que el pueblo nos aclamaba, rindiéndosenos, además, los honores correspondientes a cada giado. Se nos alojó confortablemente en el edificio de la Academia Naval, y el secretario de Marina, en un rasgo de delicadeza, nombró superintendente de dicho Centro de enseñanza al contraalmirante Mac-Nair, para que mi padre no apareciese bajo la custodia de un jefe de grado inferior.

En el libro de Concas se lee: «Mac-Nair era un cumplido caballero, que, obede- ciendo órdenes de su Gobierno, y dando él mismo el ejemplo, impuso una conducta correcta y dignísima para nosotros, de lo cual se hicieron lenguas desde el almirante hasta el último guardia marina.»

El almirante solicitó y obtuvo permiso para visitar a los heridos de la escuadra, viajando así libremente.

Durante su cautiverio recibió afectuosos telegramas de España y del extranjero, y por este tiempo pude leer en el Neiv York Herald^ diario el más importante de los Estados Unidos, y en su edición del 12 de julio, lo que sigue: «La figura más heroica de esta guerra, en lo que a los españoles respecta, es, sin duda, la del almi- rante Cervera; es él un buen marino, valiente y caballeroso.»

El 1 8 de agosto mi padre dirigió una carta a mi hermano Juan, carta en la cual hay este párrafo: «He olvidado decirte que aquí me ha tratado (el pueblo americano) con una consideración y afectos extraordinarios por lo del teniente Hobson; hubo día que he tenido que dar la mano como 2.000 veces.» Sus habitaciones, en la Es- cuela Naval, siempre estuvieron llenas de frescas flores, que las señoritas de Anná- polis le enviaban cada día.

El 12 de septiembre, y en medio de una entusiasta despedida que nos tributa- ron los habitantes y autoridades de la ciudad de New York, embarcamos todos los cautivos en el gran vapor inglés City of Rome, el cual llevaba con rumbo a España dos generales (mi padre y Paredes Chacón), ocho jefes, 70 oficiales y guardias mari- nas y 1.524 clases y marineros.»

trayendo al almirante Cervera, a varios de sus oficiales y a un gran número de heridos. El Ilarward había re- cogido la tripulación del Oqiiendo y del Teresa, y a media noche tenía a bordo 966 prisioneros, casi todos heridos.

Con respecto al valor y energía, nada hay registrado en las páginas de la Historia que pueda asemejarse a lo realizado por el almirante Cervera. El espectáculo que ofrecieron a mis ojos los dos torpederos, meras cascaras de papel, marchando a todo vapor bajo la granizada de bombas enemigas, y en pleno día, sólo se pue- de definir de este modo: fi/e un acto espaíiol.

El almirante Cervera fué trasladado desde el Gloucester a mi buque; al pisar la cubierta fué recibido con los honores militares debido a su categoría, y por el Estíido Mayor en pleno, el comandante del barco y los mismos soldados y artilleros que, con las caras ennegrecidas por la pólvora, salieron, casi desnudos, a saludar al valiente marino, quien con la cabeza descul)ierta pisaba con gravedad la cubierta del vencedor.

La numerosa tripulación del lo^va, unida a la del Gloucester , prorrumpieron unánimemente en un ¡hurra! atronador cuando el almirante español saludó a los marineros americanos. Aunque el héroe ponía sus pies sm insignia alguna sobre la cubierta del lozva, todos reconocieron que cada molécula del cuerpo de Cervera constituía por sí sola un almirante.»

^ The destruction ofthe spanishjieet. — Cap. Mahan. — N'. del A,