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APÉNDICE NUMERO 9

El Almirante Cervera, su liberación y regreso a España-

El almirante Cervera y sus compañeros de cautiverio fueron transportados a Es- paña en el vapor inglés City of Rome, procedentes de New York; este vapor fondeó en Santander el 19 de septiembre, ya por la tarde. Vinieron a bordo a saludar al almirante, además de sus hijos D. Juan y D. Luis, numerosas Comisiones departa- mentales compuestas de oficiales de Marina; la de Cádiz estaba presidida por el ge- neral Warleta, el cual dio lectura a un sentido mensaje.

S. M. la Reina le envió este telegrama: «La Reina al almirante Cervera. A su llegada a España le saludo cariñosamente, así como a todos los jefes, oficiales y ma- rineros que le acompañan. Le ruego me dé noticias del estado de los heridos y en- fermos. — María Cristina.»

En un coche de salón del tren expreso llegó a Madrid el almirante Cervera, siendo recibido en la estación por el ministro de Marina vSr. Auñón, quien, tanto él como sus ayudantes, vestían de paisano. Este general Auñón, verdadero responsable de la descabellada salida de la escuadra desde Cabo Verde, saludó cortésmente al almirante, y entre ambos se cruzaron estas palabras:

— Siento mucho lo ocurrido, mi general; supongo que habrá usted perdido todo lo suyo en el naufragio.

— Así es — contestó don Pascual — , todo, menos el honor. — ¡Es lástima! — replicó Auñón, cambiando el giro de la conversación L Desde la estación hasta la rambla de San Vicente, todo el trayecto estaba acor- donado por la Guardia civil y vigilado por numerosos policías, como si el (jobierno temiese que alguien pudiese realizar algún acto hostil contra Cervera. Nada ocurrió, aunque el pueblo permaneció indiferente, mirando con simple curiosidad al héroe, a quien sus propios enemigos alzaron sobre el pavés de la gloria.

El Tribunal Supremo había iniciado el proceso reglamentario para depurar res- ponsabilidades por la pérdida de la escuadra. La Prensa periódica, casi unánime- mente, publicaba artículos incendiarios pidiendo los castigos más severos para el responsable o responsables del desastre. Los representantes en las Cortes de la na- ción abundaban en la misma idea. Cervera era espiado de orden del Gobierno, y a todas partes era seguido por agentes secretos de la Policía; ofendido por tales pro- cedimientos resolvió hablar, y para ello solicitó del ministro de Marina que, cuanto antes, su causa fuese vista y fallada.

Aquel famoso proceso fué incoado, por una declaración del* Consejo Supremo de Guerra y Marina, constituido en Sala, «contra el comandante general Cervera, contra el segundo jefe D. José Paredes y contra todos los demás comandantes de los cruceros destruidos en el combate naval de Santiago de Cuba», Fué presidente el Sr. Castro, e instructor el Sr. Fernández.

1 Apuntes 4el almirante, que me han facilitado sus hijos.— A', del A,