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A. RIVERO
 

para que V. E. pueda mandar un telegrama^ o también enviar a Ponce un oficial con un cable para el Gobierno.

También dice Nouvilas que hablando con el parlamentario éste le confesó que en el combate de esta tarde habían sufrido muchas bajas; esto debe ser cierto, y no dije a V. E. por temor a equivocarme, que en las descargas de fusiles Máuser se vie- ron caer algunos enemigos, y todos ellos correr a la desbandada.»

CONTESTACIÓN DEL GENERAL MACIAS

— Bien; que las fuerzas estén siempre preparadas para hacer fuego tan pronto como vean avanzar al enemigo, aunque éste se cubra con bandera de parlamento; que si

  • se presentan otra vez los parlamentarios, contesten que tienen orden mía de no reci-

birlos ni admitir parlamento de clase alguna. Que no contesto al general Wilson porque visto el honroso uniforme del ejército español, que me veda responder a proposición tan ofensiva a mi honor; pero si él quiere evitar el derramamiento de sangre, que no se mueva de las posiciones que actualmente ocupa.

Macías.

COMENTARIOS DEL AUTOR

Caluroso aplauso merece la enérgica respuesta del general Macías, aunque la juzgo demasiado suave para responder al dolo y a la impudicia empleados por el ge- neral Wilson en esta ocasión. El sabía o debía saber, si había saludado, cuando menos, algún texto de Derecho internacional, que una suspensión de hostilidades como resultado de un armisticio, obliga a los beligerantes a mantener las posiciones que ocupan en el instante de la firma de dicho armisticio. El conocía además por el telegrama que había recibido del noble general Miles — quien seguramente nunca ha sabido este acto bochornoso de Wilson — los términos exactos del telegrama del Presidente de los Estados Unidos, ordenando la suspensión inmediata de toda opera- ción de guerra y la observancia absoluta del statu quo^ lo cual le prohibía dirigirse al jefe de las fuerzas españolas en la forma improcedente en que lo hizo.

Mejor hubieran sentado tales arrestos, aquel mismo día, cuando sus artilleros, abandonando los seis cañones que había emplazado frente a los dos Plasencias, de montaña, del capitán Hernaiz, entraron a todo correr en Coamo, alarmando a la po- blación con sus relatos de un gran desastre.

Y como el autor se honra con la amistad del teniente general Nelson A, Miles, quien actualmente reside en Washington, y como también sostiene correspondencia con el citado general Wilson, ruega al primero y también al Alto Mando del ejército de los Estados Unidos, que por su propio prestigio y para que no perdure este hecho bochornoso en la historia de la noble campaña llevada a cabo en Puerto Rico por las tropas de la Unión, que se ordene una investigación para acreditar si el general Wilson obró por su propia cuenta, o en virtud de qué instrucciones recibidas, ^1 intentar tan burda violación de los términos del Armisticio,