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Arturo Trailles — 121

importancia satisfecha que toman algunas gentes, si tienen intimidad con los del duelo.

— La que nunca falta —murmuró Arturo. Dos minutos después, la veía sin gorra, metiéndose en todo lo que no le importaba; dando órdenes y contra-órdenes, feliz como un pájaro que canta en un árbol verde.

— Huyamos! — exclamo el poeta escurriendo el bulto.

— No es aquél Trailles?

Y era en efecto Arturo el que se metía en el comedor, y causa de su huida el que así interrogaba, con voz de hombre práctico que la economiza al principio.

El comedor se animaba con los preparativos del té. Varias sobrinas del muerto comentaban, con rostros apenados, lo horroroso de una muerte repentina. Hubo un silencio:

— ¿A quién le mandaremos el coche?

— Yo había pensado ya en lo mismo.

Como todos lo habían pensado, les fué fácil resolver que á las de Lupo.

— Una buena ohva del pobre: por él tendrán coche y corso esas muchachas.

La reflexión pareció enternecerlas:

— Me parece que le oigo el hipo...

— Niñas, á tomar el té.

Apenas se oyó la órden, confundida al masage de espaldas que daba á un viejo un recién llegado.