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Cuentos Clásicos del Norte

paso en la escalera contigua atrajo mí atención. Reconocí inmediatamente a Úsher. Un instante después llamó, en efecto, a mi puerta con suave golpear, y entró llevando una lámpara en la mano. Su semblante mostraba palidez cadavérica como de costumbre, pero había además cierta especie de hilaridad insana en sus ojos, una visible histeria contenida en toda su actitud. Su aspecto me aterró; pero todo era preferible a la soledad que había soportado largas horas y llegué hasta felicitarme de su presencia como un alivio.

—¿De modo que no habéis visto? —dijo ex abrupto, después de mirar intensa y silenciosamente en torno suyo por algunos instantes."—¿No habéis visto? Pero ¡aguardad! Ya veréis."—Hablando así, y bajando cuidadosamente la pantalla de su lámpara, dirigióse con rapidez a una de las ventanas y la abrió de par en par ante la tempestad.

La impetuosa furia de las ráfagas que se precipitaron en la habitación nos levantó casi por los aires. Era, en verdad, una noche borrascosa pero de austera belleza y singularmente extraña en su hermosura y en su horror. Verosímilmente se había levantado un torbellino en las cercanías porque se presentaban frecuentes y violentas alteraciones en la dirección del viento; y la densidad excesiva de las nubes, tan bajas que parecían pesar sobre los torreones del castillo, no impedía notar la velocidad de seres vivientes al parecer, con que se precipitaban unas contra otras de todos lados sin desvanecerse a la distancia. Decía que su excesiva densidad no impedía que apreciáramos