mío, conociendo mi afición a esta clase de estudios, me ha enviado la que veis en aquel vaso.
—¡Ejem! —murmuró el coronel Kílligrew, que no creía una palabra de la historia del doctor; — y ¿cuál sería el efecto de este liquido en la naturaleza humana?
—Podéis juzgarlo por vos mismo, mi querido coronel —replicó el doctor Héidegger,— y vosotros todos, mis respetados amigos, sois los bienvenidos para beber de este líquido maravilloso la cantidad necesaria para devolveros el brillo de la juventud. Por mi parte, he tenido tantos disgustos antes de envejecer, que no tengo prisa de volverme joven otra vez. Con vuestro permiso, observaré solamente los progresos del experimento.—
Mientras hablaba, llenaba el doctor Héidegger las cuatro copas de champaña con el agua de la fuente de la juventud. Parecía impregnada de algún gas efervescente, porque continuamente ascendían pequeñas burbujas desde el fondo de los vasos y estallaban en plateado roció en la superficie. Como el líquido difundía agradable perfume, los viejos personajes no vacilaron en creer que poseyera propiedades cordiales y reconfortantes y, aun cuando escépticos con respecto a su poder rejuvenecedor, sentíanse inclinados a beberlo inmediatamente. Pero el doctor Héidegger les detuvo por un momento.
—Antes de que bebáis, mis respetables y antiguos amigos, —dijo,— sería conveniente que, con la experiencia que habéis adquirido durante vuestra vida, adoptarais algunas reglas generales de conducta