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Escenas de corral

ahoga; pero como la intención era buena, dijo:—«Así se socorre al prójimo: que los demás tomen ejemplo de mí.»

«¡Pip, pip!» balbuceó el pajarillo, apenas vuelto en sí, sacudiendo el agua de que estaba empapada su aleta rota. Pero con todo adivinó que la Portuguesa, aunque había obrado torpemente, le quería bien.

—«Tenéis muy buen corazón, señora,» decía; pero al propio tiempo temblaba á la idea de que se le ocurries regalarle un segundo baño.

—«Nunca me he fijado en las condiciones de mi corazón, contestó; lo único que puedo deciros es que amo entrañablemente á todas las criaturas excepto el gato. En esto soy inexorable: el bribón se zampó dos de mis polluelos. Y ahora considerad que estáis en vuestra casa. No es tan difícil acomodarse al modo de ser de una casa ajena: también yo tuve que hacerlo, pues ya habréis observado por mis modales y por mi plumaje, que procedo de un país algo lejano. Mi marido, aquel pato grande que allá abajo duerme la siesta, no es de mi casta, es hijo del país, Pero yo no soy orgullosa. Ya lo sabéis; si necesitáis algo, acudid á mí, soy la única capaz de comprenderos.»

Todos los patos se tocaron con el ala al oir este donoso discurso, y en cuanto éste se acabó, lanzaron algunos rap, rap, que aunque parecían muestras de asentimiento, eran todo lo contrario. Después se agruparon en torno del pajarillo.—«No hay que negar, se dijeron, que esta Portuguesa en punto á cháchara nos aventaja á todos; pero sabed, hermoso pajarillo, que aunque no se nos ocurran frases tan bellas, no por eso sentimos menos compasión por vos; y cuando no podamos hacer otra cosa, no hemos de aturdiros con nuestra palabrería.»

—«¡Qué deliciosa voz tenéis! dijo el decano de edad. Debe producir una satisfacción muy dulce eso de poder como vos causar tanto placer, tanta ale-