Página:Cuentos de amor de locura y de muerte (1918).pdf/160

De Wikisource, la biblioteca libre.
Esta página no ha sido corregida
152
Horacio Quiroga

Debo veinte pesos todavía... El sábado entregué... Me hallo muy enfermo...

—Sabés bien que mientras tu cuenta no esté pagada, debés quedar. Abajo... podés morirte. Curate aquí, y arreglás tu cuenta en seguida.

¿Curarse de una fiebre perniciosa, allí donde se la adquirió? No, por cierto; pero el mensú que se va puede no volver, y el mayordomo prefería hombre muerto a deudor lejano.

Podeley jamás había dejado de cumplir nada, única altanería que se permite ante su patrón un mensú de talla.

¡No me importa que hayas dejado o no de cumplir ! replicó el mayordomo. ¡Pagá tu cuenta primero, y después hablaremos!

Esta injusticia para con él creó lógica y velozmente el deseo del desquite. Fué a instalarse con Cayé, cuyo espíritu conocía bien, y ambos decidieron escaparse el próximo domingo.

Ahí tenés!—gritóle el mayordomo esa misma tarde al cruzarse con Podeley.—Anoche se han escapado tres... ¿Eso es lo que te gusta, no?; Esos también eran cumplidores! ¡Como vos! Pero antes vas a reventar aquí, que salir de la planchada! ¡Y mucho cuidado, vos y todos los que están oyendo! ¡Ya saben!

La decisión de huir y sus peligros—para los que el mensú necesita todas sus fuerzas—es capaz de contener algo más que una fiebre perniciosa. El domingo, por lo demás, había llegado; y con falsas maniobras de lavaje de ropa, simulados guitarreos en el rancho de tal o cual, la vigilancia pudo ser bur