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Cuentos de amor de locura y de muerte

lada, y Podeley y Cayé se encontraron de pronto a mil metros de la comisaría.

153 Mientras no se sintieran perseguidos, no abandonarían la picada; Podeley caminaba mal. Y aún así...

La resonancia peculiar del bosque trájoles, lejana, una voz ronca:

—¡A la cabeza! ¡ A los dos!

Y un momento después surgían de un recodo de la picada el capataz y tres peones, corriendo. La cacería comenzaba.

Cayé amartilló su revólver sin dejar de huir.

—Entregáte, añá!—gritóles el capataz.

—Entremos en el monte—dijo Podeley.—Yo no tengo fuerza para mi machete.

—¡ Volvé o te tiro! — llegó otra voz.

—Cuando estén más cerca...—comenzó Cayé.Una bala de winchester pasó silbando por la picada.

—¡Entrá!—gritó Cayé a su compañero.—Y parapetándose tras un árbol, descargó hacia allá los cinco tiros de su revólver.

Una gritería aguda respondióles, mientras otra bala de winchester hacía saltar la corteza del árbol.

¡Entregáte o te voy a dejar la cabeza...!

—¡Andá no más!—instó Cayé a Podeley.—Yo voy a...

Y tras nueva descarga, entró en el monte.

Los perseguidores, detenidos un momento por las explosiones, lanzáronse rabiosos adelante, fusilando, golpe tras golpe de winchester, el derrotero probable de los fugitivos.

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