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Horacio Quiroga

genio de un poblador haragán llega a enseñar a sus cachorros esta maniobra para aprovecharse ambos de la presa, se comprenderá que Cooper perdiera la paciencia, descargando irremisiblemente su escopeta sobre todo ladrón nocturno. Aunque no usaba sino perdigones, la lección era asimismo dura.

Así una noche, en el momento que se iba a acostar, percibió su oído alerta el ruido de las uñas enemigas, tratando de forzar el tejido de alambre.

Con un gesto de fastidio descolgó la escopeta, y saliendo afuera vió una mancha blanca que avanzaba dentro del patio. Rápidamente hizo fuego, y a los aullidos transpasantes del animal arrastrándose sobre las patas traseras, tuvo un fugitivo sobresalto, que no pudo explicar y se desvaneció en seguida.

Llegó hasta el lugar, pero el perro había desaparecido ya, y entró de nuevo.

—¿Qué fué, papá?—le preguntó desde la cama su hija. Un perro?

—Si—repuso Cooper colgando la escopeta.—Le tiré un poco de cerca...

Grande el perro, papá?

—No, chico.

Pasó un momento.

Pobre Yaguaí!—prosiguió Julia.—¡Cómo estará!

Súbitamente, Cooper recordó la impresión sufrida al oir aullar al perro: algo de su Yaguaí había allí... Pero pensando también en cuán remota era esa probabilidad, se durmió.

Fué a la mañana siguiente, muy temprano, cuan