Página:Cuentos de amor de locura y de muerte (1918).pdf/230

De Wikisource, la biblioteca libre.
Esta página no ha sido corregida
222
Horacio Quiroga

sus ojos. Y esta vez oi bien claro, senti claramente sobre mi rostro esta pregunta:

Y cuando sane y no tenga más delirio... ¿me querrás todavía?

¡Locura que se ha sentado a horcajadas sobre mi corazón! ¡Después! ¡Cuando no tenga más delirio! ¿Pero estábamos todos locos en la casa; o había allí, proyectado fuera de mí mismo, un eco a mi incesante angustia del después? ¿Cómo es posible que ella dijera eso? ¿Había meningitis o no? ¿Había delirio o no?

Luego mi. María Elvira...

No sé qué contesté; presumo que cualquier cosa a escandalizar a la parentela completa si me hubieran oído. Pero apenas había murmurado yo; apenas había murmurado ella con una sonrisa... y se durmió.

De vuelta a casa, mi cabeza era un vértigo vivo, con locos impulsos de saltar al aire y lanzar alaridos de felicidad. ¿Quién, de entre nosotros, puede jurar que no hubiera sentido lo mismo? Porque las cosas, para ser claras, deben ser planteadas así: La enferma con delirio, que por una aberración sicológica cualquiera, ama, únicamente en su delirio, a X. Esto por un lado. Por el otro, el mismo X, que desgraciadamente para él, no se siente con fuerzas para concretarse exclusivamente a su papel medicamentoso. Y he aquí que la enferma, con su meningitis y su inconscienciasu incontestable inconsciencia—murmura a nuestro amigo:

Y cuando no tenga más delirio... ¿me querrás todavía?

Esto es lo que yo llamo un pequeño caso de locura, claro y rotundo. Anoche, cuando llegaba a casa, creí