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Cuentos de amor de locura y de muerte

un momento haber hallado la solución, que sería ésta:

María Elvira, en su fiebre, soñaba que estaba despierta. ¿A quién no ha sido dado soñar que está soñando?

Ninguna explicación más sencilla, claro está.

Pero cuando por pantalla de ese amor mentido hay dos ojos inmensos, que empapándonos de dicha se anegan ellos mismos en un amor que no se puede mentir; cuando se ha visto a esos ojos recorrer con dura extrañeza los rostros familiares, para caer en extática felicidad ante uno mismo, pese al delirio y cien mil delirios como ése, uno tiene el derecho de soñar toda la noche con aquel amor—o seamos más explícitos: con María Elvira Funes.

¡Sueño, sueño y sueño! Han pasado dos meses, y creo a veces soñar aún. Fuí yo o no, por Dios bendito, aquél a quien se le tendió la mano, y el brazo desnudo hasta el codo, cuando la fiebre tornaba hostiles aún los rostros bien amados de la casa? ¿Fuí yo o no el que apaciguó en sus ojos, durante minutos inmensos de eternidad, la mirada mareada de amor de mi María Elvira?

Sí, fui yo. Pero eso está acabado, concluído, finalizado, muerto, inmaterial, como si nunca hubiera sido.

Y sin embargo...

Volví a verla veinte días después. Ya estaba sana, y cené con ellos. Hubo al principio una evidente alusión a los desvaríos sentimentales de la enferma, todo con gran tacto de la casa, en lo que cooperé cuanto me fué posible, pues en esos veinte días transcurridos no había sido mi preocupación menor, penCitized by Google