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Horacio Quiroga

sar en la discreción de que debía yo hacer gala en esa primera entrevista.

Todo fué a pedir de boca, no obstante.

—Y Vd.—me dijo la madre sonriendo—¿ha descansado del todo de las fatigas que le hemos dado?

—¡Oh, era muy poca cosa!... Y aún—concluí riendo también estaría dispuesto a soportarlas de nuevo...

María Elvira se sonrió a su vez.

—Vd. sí; pero yo, no, ¡le aseguro!

La madre la miró con tristeza:

—Pobre, mi hija! Cuando pienso en los disparates que se te han ocurrido... En fin—se volvió a mí con agrado. Vd. es ahora, podríamos decir, de la casa, y le aseguro que Luis María lo estima muchísimo.

El aludido me puso la mano en el hombro y me ofreció cigarrillos.

—Fume, fume, y no haga caso.

Pero Luis María!—le reprochó la madre, semiseria—cualquiera creería al oirte que le estamos diciendo mentiras a Durán!

—No, mamá; lo que dices está perfectamente bien dicho; pero Durán me entiende.

Lo que yo entendía era que Luis Maria quería cortar con amabilidades más o menos sosas; pero no se lo agradecí en lo más mínimo.

Entretanto, cuantas veces podía, sin llamar la atención, fijaba los ojos en María Elvira. ¡Al fin! Ya la tenía ante mi, sana, bien sana. Había esperado y temido con ansia ese instante. Había amado una sombra, o más bien dicho, dos ojos y treinta centimetros Citized by Google