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Cuentos de amor de locura y de muerte

veces se lo proponen. Pero siempre halla modo de no perderme de vista. Esto cuando está con los otros. Pero cuando está conmigo, entonces no aparta los ojos de ellos.

¿Es esto razonable? No, no lo es. Y por eso tengo desde hace un mes una buena laringitis, a fuerza de ahumarme la garganta.

Anoche, sin embargo, he tenido un momento de tregua. Era miércoles. Ayestarain conversaba conmigoy una breve mirada de María Elvira, lanzada hacia nosotros por sobre los hombros de cuádruple flirt que la rodeaba, puso su espléndida figura en nuestra conversación. Hablamos de ella, y fugazmente, de la vieja historia. Un rato después María Elvira se detenía ante nosotros.

—¿De qué hablan?

—De muchas cosas; de Vd. en primer término—respondió el médico.

—Ah, ya me parecía... Y recogiendo hacia ella un silloncito romano, se sentó cruzada de piernas, el busto tendido adelante, con la cara sostenida en la mano.

—Sigan; ya escucho.

—Contaba a Durán—dijo Ayestarain—que casos como el que le ha pasado a Vd. en su enfermedad, son raros, pero hay algunos. Un autor inglés, no recuerdo cuál, cita uno. Solamente que es más feliz que el suyo.

Más feliz? ¿Y por qué?

—Porque en aquél no hay fiebre, y ambos se aman en sueños. En cambio, en este caso, Vd. era únicamente quien amaba...

¿Dije ya que la actitud de Ayestarain me había paPin tired by Google