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Cuentos de amor de locura y de muerte

sus palabras, y el silencio reinó de nuevo. Pero cuando la mano de. Nébel tocó en la oscuridad un brazo tibio, el cuerpo tembló entonces en una honda sacudida.

Luego, inerte al lado de aquella mujer que ya había conocido el amor antes que él llegara, subió de lo más recóndito del alma de Nébel el santo orgullo de su adolescencia de no haber tocado jamás, de no haber robado ni un beso siquiera, a la criatura que lo miraba con radiante candor. Pensó en las palabras de Dostojewsky, que hasta ese momento no había comprendido: "Nada hay más bello y que fortalezca más en la vida, que un recuerdo puro". Nébel lo había guardado, ese recuerdo sin mancha, pureza inmaculada de sus dieciocho años y que ahora yacía allí, enfangado hasta el cáliz sobre una cama de sirvienta.

Sintió entonces sobre su cuello dos lágrimas pesadas, silenciosas. Ella a su vez recordaría... Y las lágrimas de Lidia continuaban una tras otra, regando como una tumba el abominable fin de su único sueño de felicidad.

II Durante diez días la vida prosiguió en común, aunque Nébel estaba casi todo el día afuera. Por tácito acuerdo, Lidia y él se encontraban muy pocas veces solos, y aunque de noche volvían a verse, pasaban aún entonces largo tiempo callados.