Página:Cuentos de amor de locura y de muerte (1918).pdf/38

De Wikisource, la biblioteca libre.
Esta página no ha sido corregida
30
Horacio Quiroga

Lidia tenía ella misma bastante qué hacer cuidando a su madre, postrada al fin. Como no había posibilidad de reconstruir lo ya podrido, y aún a trueque del peligro inmediato que ocasionara, Nébel pensó en suprimir la morfina. Pero se abstuvo una mañana que, entrando bruscamente en el comedor, sorprendió a Lidia que se bajaba precipitadamente las faldas. Tenía en la mano la jeringuilla, y fijó en Nébel su mirada espantada.

—¿Hace mucho tiempo que usas eso?—le preguntó él al fin.

—Sí—murmuró Lidia, doblando en una convulsión la aguja.

Nébel la miró aún y se encogió de hombros.

Sin embargo, como la madre repetía sus inyecciones con una frecuencia terrible para.ahogar los dolores de su riñón que la morfina concluía de matar, Nébel se decidió a intentar la salvación de aquella desgraciada, sustrayéndole la droga.

—Octavio! ¡me va a matar!—clamó ella con ronca súplica. Mi hijo Octavio! ¡no podría vivir un díal Es que no vivirá dos horas si le dejo eso !—contestó Nébel.

— No importa, mi Octaviol¡ Dame, dame la morfina!

Nébel dejó que los brazos se tendieran inútilmente a él, y salió con Lidia.

Tú sabes la gravedad del estado de tu madre?

—Sí... Los médicos me habían dicho...

El la miró fijamente.

—Es que está mucho peor de lo que imaginas.