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Horacio Quiroga

peratura caía. Al rato los labios callaron su pla..pla, y en la piel aparecieron grandes manchas violeta.

A la una de la mañana murió. Esa tarde, tras el entierro, Nébel esperó que Lidia concluyera de vestirse, mientras los peones cargaban las valijas en el carruaje.

—Toma esto le dijo cuando se aproximó a él, tendiéndole un cheque de diez mil pesos.

Lidia se extremeció violentamente, y sus ojos enrojecidos se fijaron de lleno en los de Nébel. Pero éste sostuvo la mirada.

¡Toma, pues! — repitió sorprendido.

Lidia lo tomó y se bajó a recoger su valijita. Nébel se inclinó sobre ella.

—Perdóname — le dijo. No me juzgues peor de lo que soy.

En la estación esperaron un rato y sin hablar, junto a la escalerilla del vagón, pues el tren no salia aún. Cuando la campana sonó, Lidia le tendió la mano, que Nébel retuvo un momento en silencio.

Luego, sin soltarla, recogió a Lidia de la cintura y la besó hondamente en la boca.

El tren partió. Inmóvil, Nébel siguió con la vista la ventanilla que se perdía.

Pero Lidia no se asomó.

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