Página:Cuentos de amor de locura y de muerte (1918).pdf/44

De Wikisource, la biblioteca libre.
Esta página no ha sido corregida
36
Horacio Quiroga

días más tarde respondí lo mismo, y de igual modo en la siguiente semana. Esta vez Vezzera me miró fijamente a los ojos:

¿Por qué no quieres ir?

—No es que no quiera ir, sino que me hallo hoy con poco humor para esas cosas.

—No es eso! ¿Es que no quieres ir más!

—¿Yo?

—Sí; y te exijo como a un amigo, o como a ti mismo, que me digas justamente esto: ¿Por qué no quieres ir más?

—¡No tengo ganas! ¿Te gusta?

Vezzera me miró como miran los tuberculosos condenados al reposo, a un hombre fuerte que no se jacta de ello. Y en realidad, creo que ya se precipitaba su tisis.

Se observó en seguida las manos sudorosas, que le temblaban.

—Hace días que las noto más flacas... ¿Sabes por qué no quieres ir más? ¿Quieres que te lo diga?

Tenía las ventanas de la nariz contraídas, y su respiración acelerada le cerraba los labios.

—¡Vamos! No seas... cálmate, que es lo mejor.

Es que te lo voy a decir!

Pero no ves que estás delirando, que estás muerto de fiebre? — le interrumpi. Por dicha, un violento acceso de tos lo detuvo. Lo empujé cariñosamente.

—Acuéstate un momento... estás mal.

Vezzera se recostó en mi cama y cruzó sus dos manos sobre la frente.

I

1 T