Página:Cuentos de amor de locura y de muerte (1918).pdf/64

De Wikisource, la biblioteca libre.
Esta página no ha sido corregida
56
Horacio Quiroga

samente a mí. Por esto cedió un día, y desde ese instante, privado de tensión, mi amor se enfrió.

Nuestro ambiente social era distinto, y mientras ella se embriagaba con la dicha de mi nombre—se me considera buen mozo entonces—yo vivía en una esfera de mundo donde me era inevitable flirtear con muchachas de apellido, fortuna, y a veces muy lindas.

Una de ellas llevó conmigo el flirteo bajo parasoles de garden party a un extremo tal, que me exasperé y la pretendí seriamente. Pero si mi persona era interesante para esos juegos, mi fortuna no alcanzaba a prometerle el tren necesario, y me lo dió a entender claramente.

Tenía razón, perfecta razón. En consecuencia fiirteé con una amiga suya, mucho más fea, pero infinitamente menos hábil para estas torturas del tête—atête a diez centímetros, cuya gracia exclusiva consiste en enloquecer a su flirt, manteniéndose uno dueño de sí. Y esta vez no fuí yo quien se exasperó.

Seguro, pues, del triunfo, pensé entonces en el modo de romper con Inés. Continuaba viéndola, y aunque no podía ella engañarse sobre el amortiguamiento de mi pasión, su amor era demasiado grande para no iluminarle los ojos de dicha cada vez que me veía entrar.

La madre nos dejaba solos; y aunque hubiera sabido lo que pasaba, habría cerrado los ojos para no perder la más vaga posibilidad de subir con su hija a una esfera mucho más alta.

Una noche fuí allá dispuesto a romper, con visiDin tired by Google