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Y conociendo aterrada
Que la vision era efeto
De aquel deseo indiscreto,
Dándose al diablo, irritada,
Con vocablos nada cultos
Y ademan descomedido,
Descargó contra el marido
Una andanada de insultos.
—¡So cuadrúpedo! decia:
Pudiendo tener collares
De perlas á centenares,
Plata, y oro, y pedrería,
Palacios, coches y trenes,
Y esa fealdad quitarte,
O emperador coronarte,
¿Con salchichones te vienes?
—¡Calla, mujer! fué locura,
Rebuzné como un rocin....
¡Calma! No es tan grave al fin
Mal que con hablar se cura.
—¡Misté qué linda embajada!
¡Salchichon! ¿eh? ¡Vaya un chiste!
Lo que tú pedir debiste
Es un costal de cebada.»