Página:Cuentos de hadas.djvu/96

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en aquel mismo dia habia prometido al príncipe Roquete del Copete la mano de esposa, cayó, como suele decirse, de su asno. No se habia acordado jamás de semejante promesa, porque cuando la hizo era boba, y al recibir el ingenio que le infundió el príncipe habia perdido hasta la memoria de todas sus simplezas.

No habia caminado treinta pasos, cuando se ofreció á su vista Roquete del Copete arrogante, ostentoso, como príncipe que iba á casarse.

—Veis, señora de mis pensamientos, le dijo, cuán exacto soy en el cumplimiento de mi palabra. No dudo de que en cumplimiento de la vuestra, venís á entregarme la tan suspirada mano, haciendo á este humilde siervo vuestro el más venturoso de los mortales.

—Francamente debo deciros, respondió la princesa, que no he tomado acerca de este punto resolucion ninguna, y que miro difícil poderla tomar tal como vos la deseariais.

—Señora, me dejais pasmado, contestó Roquete del Coete.

—Lo creo, dijo la princesa, y si tuviese que habérmelas con algun palurdo sin educacion ni talento, os aseguro que no sabria cómo salir del atolladero; porque no dejaria de decirme: «Una princesa no debe tener mas que una sola palabra, cumplid la que me dísteis, y casaos conmigo.» Pero como estoy hablando con una persona de mundo y de elevado entendimiento, tengo la seguridad de que no ha de cerrar los oídos á mis justas razones. Os acordais de que cuando todavía era boba me repugnaba en extremo el concederos mi mano de esposa.